Soy Teresa, y antes de ser fotógrafa, ya era una nostálgica empedernida.
Siempre he sentido esa necesidad de revivir lo vivido con ese filtro suave que le da el paso del tiempo.
De pequeña le pedía a mi madre que me contara una y otra vez las mismas historias…
y me enfadaba si cambiaba algo, si no eran exactamente igual a como las había contado la vez anterior.
Con el tiempo entendí que los recuerdos son muchos, y los detalles se escapan.
Que no es tan fácil fijarlo todo.
Quizá por eso encontré en la fotografía una forma de hacer memoria.
Una manera de atrapar instantes. Una especie de máquina del tiempo para volver, una y otra vez, a lo que de verdad importa.
Mis sesiones son pausadas, sin guion, sin decorados ajenos.
Trabajo en exteriores o en casa, donde las personas son ellas mismas, donde no hace falta fingir nada.
Busco lo natural, lo espontáneo… pero también me emociona cuando alguien se planta delante de la cámara y se deja mirar, sin miedo.
Fotografiar es, para mí, un acto íntimo, valiente y profundamente humano.
No es sólo un reportaje: es una experiencia.
Un rato para detenerse, respirar, y guardar lo que importa.
Me dejo guiar por la luz –la más bonita, la que acaricia–
y no por el lugar: porque lo esencial no está en el fondo, sino en lo que ocurre.
Desde que soy madre, miro distinto.
Todo es más frágil, más valioso.
Lo cotidiano se ha vuelto inmenso.
Cada pequeño gesto, cada cambio silencioso, cada pequeño caos…
todo merece ser contado.
Me he formado para acompañar este tipo de momentos.
Con calma, con respeto y con intención.
Porque hay recuerdos que merecen quedarse.
Y fotografías que saben hacerlo.